La conexión entre nuestros dos cerebros: el eje Cerebro - Intestino - Microbiota

El ecosistema intestinal, nuestro intestino de la boca al ano, funciona como una especie de segundo cerebro en permanente intercomunicación con el otro cerebro, que se aloja en el cráneo, en nuestro sistema nervioso central.

El sistema nervioso intestinal, denominado el segundo cerebro, está conformado por un sistema nervioso intrínseco, el entérico (SNE), con sus plexos neuronales y sus células, y un sistema nervioso extrínseco, el sistema nervioso autónomo (SNA) constituido por el simpático y el parasimpático (nervio vago).

El sistema nervioso intestinal está conformado por el sistema entérico (SNE) y el sistema autónomo (SNA)

El nervio vago es la principal vía que conecta los 100 millones de neuronas del sistema nervioso entérico con la base del cerebro en la medula espinal.

El sistema nervioso entérico (SNE), encargado de controlar el aparato digestivo, está compuesto por una red de 100 millones de neuronas - la milésima parte de las que tiene el cerebro y tantas como la que tiene la médula espinal – y, sintetiza 95% de la serotonina en las células enterocromafines de la mucosa intestinal y en las neuronas del sistema entérico. Asimismo, sintetiza el 50% de la dopamina, actuando ambas directa o indirectamente en la modulación del comportamiento.

Existe un trafico constante de sustancias químicas, neurotransmisores y hormonas que proporcionan información al cerebro, por ejemplo: si tenemos hambre, estamos estresados, si hemos ingerido algún microbio o algún alimento que no podemos digerir.

Además de todo lo mencionado, el 70% del Sistema Inmune está en el intestino (GALT: tejido linfoide asociado al intestino) y por eso el tubo digestivo es una pieza clave en nuestra inmunidad.

Hablemos sobre la microbiota

La microbiota está compuesta por billones de microorganismos vivos

Para entender mejor sobre el eje intestino cerebro, les tengo que explicar qué es nuestra microbiota 🦠 y su importancia dentro del mismo. La microbiota es el conjunto de 100 billones de microorganismos vivos que habitan en nuestro intestino: bacterias, virus, hongos y parásitos. Son 35 mil especies microbianas que poseen más de 8 millones de genes, por lo que actualmente la microbiota se considera un órgano. Dentro de sus funciones podemos mencionar el metabolismo de los alimentos, producción de vitaminas, ácidos grasos de cadena corta, serotonina y muchos más metabolitos.

Existen Neurotransmisores sintetizados por la microbiota intestinal: se merece su apelativo de segundo cerebro.

Las situaciones de estrés favorecen la generación de modificaciones en la permeabilidad de la barrera epitelial, lo que permite la translocación de microorganismos y sus productos (metabolitos), desencadenando una respuesta inflamatoria con una producción de citoquinas pro-inflamatorias que afectan al intestino, y luego llegan al Sistema Nervioso Central.

En el cerebro, ciertas células se activan en respuesta a estos mediadores y produce una elevada cantidad de oxidantes y sustancias que predispone a la neuroinflamación y todas las patologías asociadas a la misma.

Existen muchos estudios científicos que establecen una posible correlación entre las alteraciones de la microbiota y estrés, el cual está involucrado en diferentes patologías crónicas, autoinmunes y neurodegenerativas. Es decir, se cree que dichas enfermedades tienen una posible relación con la alteración de la composición normal de la microbiota intestinal (disbiosis) generando cambios en la motilidad y secreciones gastrointestinales, produciendo la permeabilidad intestinal. En estas circunstancias se ven afectadas las células neuroendocrinas y las del sistema inmune, modificando la liberación de neurotransmisores.

Hay producción de citoquinas, que son sustancias del sistema inmunitario que señalizan de una manera y fomenta la inflamación del organismo, produciendo estimulación de los nervios aferentes (los que recogen la información para llevarla al cerebro) e inducen dolor visceral.

La disbiosis puede hacer que se estimule la producción de las citoquinas proinflamatorias, por un lado. Por otro, el sistema nervioso también puede modular a la microbiota por la influencia que ejerce sobre el intestino por medio del sistema nervioso autónomo (simpático y parasimpático).

Así, también los factores estresantes tanto físicos como psicológicos pueden fomentar la aparición de alteraciones a nivel intestinal, tanto en forma de disbiosis como de inflamación con producción de las citoquinas.

La disbiosis y la inflamación contribuyen al aumento de permeabilidad intestinal (que también se genera por el estrés), con una consecuente endotoxemia. Todo esto contribuye a una mayor activación del eje HPA (el que lleva a la producción de cortisol) de forma crónica y excesiva, lo que aumenta la susceptibilidad a todo tipo de trastornos inflamatorios. Y por supuesto, la neuroinflamación también aparece, y al final, la sensibilización central

Gracias a este eje intestino-cerebro, se pueden controlar todas las funciones intestinales, pero además lo que sucede en el intestino llega al sistema nervioso central (SNC), incidiendo así en los sentimientos, emociones, motivaciones y funciones cognitivas.

El estrés es una de las causas que altera la funcionalidad de la barrera intestinal. Estrés psicológico y estrés físico (comida que está contaminada, con tóxicos como los químicos de los plásticos bisfenol A, los pesticidas, etc.) aumentan la permeabilidad y disminuye la barrera intestinal. De allí la importancia de entender nuestro cuerpo en todas sus dimensiones, integrado mediante circuitos bioquímicos y neurales que se conectan mutuamente.

El estrés es una de las causas que altera la funcionalidad de la barrera intestinal

La desconexión entre nuestro cerebro y nuestro cuerpo por alteraciones diversas traen enfermedades y una disminución en la calidad de vida y en el bienestar.

¿Comprendes entonces la importancia de lo que comemos, del manejo del estrés, descanso y actividad física?

Yvette Henriquez